El viejo sabio

Aún en mis tiempos ya eras importante. Siempre fuiste respetado, querido, nunca contradecido. Hasta por bajo, susurrabas algún que otro concepto futbolístico. Tus palabras fueron siempre tan justas, tan acertadas, tan “en su lugar”, que más de uno te habrá hecho caso en alguna determinación.
Tu vida das por estos colores, y aún en momentos de crisis, de divisiones, de opiniones encontradas, supiste brindar el sabio consejo de la prudencia, del sentido común. Tus características personales te encuadran como hombre de bien, y muy alejado estás de dejarte llevar por decisiones apresuradas, movidas por un rencor que jamás sentiste, pero que pasaban muy cerca tuyo. Esa sabiduría tan propia de los grandes es la que te caracteriza, porque para toda la familia del Portaviones, vos sos un grande.
La caldera provista de leña y el agua en su temperatura justa, siempre. El cuartito de la utilería (que guardaba secretos indescifrables) prolijamente acomodado, acompañado de un celoso y minucioso control de los elementos.
Así, te movilizaste por años hasta mi barrio. Ver todos los lunes colgadas las camisetas en el techo de Cistina era para mí una escenografía de deseo, anhelo y esperanza… “La número nueve se la puso el “Juanchi” este domingo”. Esa era mi favorita. Vos y yo gritábamos sus goles, sentados en el banquito que estaba al lado de la “casita de los vestuarios” (siempre estuviste allí cerca, casi “tu propiedad privada”).
El recuerdo permanece intacto: la tricolor secándose en la azotea de los Roscani, luce flameando por el viento esperando ser planchada y doblada, lista para que el artillero de los 70 y los 80 se la calce nuevamente, entregada, es verdad, por tus propias manos, aquellas que curtidas por el trabajo diario apretaron grifos, movieron ladrillos, cortaron pasto y madera. Esas que señalaban el lugar justo para indicar donde estaba el elemento buscado… Por más difícil de encontrarlo, vos lo sabías: “preguntale a Pasqui”; era la frase salvadora que dilucidaba cualquier enigma.
Fueron esas mismas manos que estrecharon las de tantos hombres y mujeres que se acercaban a tu club (a “tu casa”). Así, con tanta amabilidad, tratabas a quienes se acercaban al Porta, los nuevos, los viejos, los de siempre. Eras el anfitrión, y a todos hiciste sentir muy cómodos: a los ocasionales, a los fieles, a los que criticaban, a los rivales y a los que hasta hoy perduran.
Creéme, Viejo… El club no es lo mismo cuando vos no estás. Fueron tantos domingos, tantas prácticas, tantos rincones recónditos y escondidos que conocés como la palma de tu mano, tantos días de tu vida, que sin dudas, transforman a tu persona en una parte muy especial de la institución.
Es verdad… Dicen que la historia la escriben los grandes hombres. Por estos días compartimos algunos comentarios, reflejando esos recuerdos en común que tan frescos están en tu memoria, por más que las décadas pasen y los años transcurran... ¡¡¡Cuán valiosa será “tu casa”, que te acordás de todo!!! Me dijiste hace poco: “Un día me preguntaron por vos los de Cremería… ¿cuánto vale ese flaco?” Nunca nadie me lo dijo, pero vos te acordaste después de 30 años… Estoy seguro que en ese momento omitiste el comentario para hacerme un bien. Fue así: a los pocos meses salimos campeones…
Seguramente la historia del club tiene asegurada muchas páginas con tu nombre. No podía ser de otra manera: nadie más que vos se lo merece. Por hoy… Por siempre.